Miles de chicos de entre 5 y 17 años que fueron entregados por sus familias pobres viven en otros hogares en condiciones indignas y con maltratos; la esperanza de asegurarse la escolaridad, lejos de cumplirse

En 2007, Manuel tenía apenas 10 años y era un morocho bajito de cuerpo pequeño cuando sus padres lo entregaron a una familia conocida que lo llevó de un campo en Villa del Rosario, en el interior de Paraguay, a una chacra en las afueras de Asunción, a 230 kilómetros de su casa. La idea era que esa familia le ofrecería mejor calidad de vida y podría pagarle los costos de ir a una escuela primaria, algo que sus padres ya no estaban en condiciones de afrontar debido a que Manuel había llegado a quinto grado. Pero apenas pisó su nuevo hogar, lo encerraron solo en un galpón junto a la vivienda principal. Y a partir de entonces la dueña de casa empezó a despertarlo todos los días a las 2 de la mañana para hacerlo ordeñar las vacas y atender el campo. Luego le ordenaban preparar el desayuno de la familia, hacer la limpieza de la casa, el lavado de la ropa y ocuparse del resto de las comidas. Así hasta las 9 de la noche, cuando lo mandaban a dormir.
Las veces que se animó a reclamar que cumplieran la promesa de permitirle ir a la escuela, recibió palizas tremendas, incluso con palos, que le dejaron marcas. "¡Vos, negrito, viniste acá a trabajar!", le gritaban, recordó Manuel en una entrevista con LA NACION
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